“Por el momento, en la desconfianza está el problema esencial entre los actores de la reforma de la educación superior.”
El año 2010, en la primera reunión del Consejo de Rectores de Universidades Chilenas con el nuevo Ministro de Educación, Joaquín Lavín, pedí la palabra y comenté: “Señor Ministro, en las comunidades universitarias tradicionales su nombre genera desconfianza por su importante rol en la educación superior privada y en la fundación de una de esas instituciones. Será necesario trabajar en este crucial aspecto”. Era fácil de prever, pero hoy sigue siendo difícil de solucionar, amortiguar o mitigar.
Adicionalmente, los poco felices mensajes de algunas autoridades haciendo hincapié en la supuesta condición privilegiada de las universidades tradicionales, la confusa exhibición pública de los problemas de una Universidad del Estado con amenaza de intervención en el proceso de acreditación, la insistencia a todo evento en la entrega de recursos a la demanda y no a las instituciones, la pretensión de identificar las movilizaciones estudiantiles con la violencia, entre otros desaciertos, han profundizado la desconfianza inicial.
Tanto en sesiones con los actores como públicamente, el Ministro ha llamado al diálogo, al consenso, a tomar acuerdos: al Consejo de Rectores, a la CONFECH que agrupa a los estudiantes, a los parlamentarios, a las universidades privadas, etc. Nos ha dicho: “Trabajemos juntos, no avanzaré en aquello que no podamos consensuar y acordar; la educación debe ser política de Estado no de un Gobierno en particular; prefiero avanzar poco, pero en consenso”.
Las organizaciones han respondido con renuencia y desconfianza. ¿Qué buscará Lavín?, se preguntan, y asoman los fantasmas del pasado y del presente: el lucro hoy prohibido en las universidades pero que algunos, burlando la ley, buscan y captan; la prohibición de la participación estudiantil y de los funcionarios; la transferencia de recursos públicos a instituciones que se transan públicamente y un largo etcétera.
A pesar de los esfuerzos y buenas voluntades, por el momento, en la desconfianza está el problema esencial entre los actores de la reforma de la educación superior.
¿Cómo avanzar? ¿Cómo hacer para que todos apuntemos en la misma dirección? ¿Cómo ganar en confianza?
Lo primero: tener la convicción que es posible alcanzar acuerdos, que es posible colocarse a la altura de los desafíos del país y de las esperanzas de nuestros hijos y familias. En esto algo se está avanzando porque tanto los estudiantes como los rectores, parlamentarios y el Ministerio hemos expresado la voluntad de hacerlo.
Lo segundo, explicitar un relato coherente del país que queremos a futuro, de la sociedad a que aspiramos, donde tanto el sistema de educación superior en su conjunto como las universidades del Estado de Chile tengan un rol estratégico para asumir los dos desafíos clave para nuestro desarrollo: la necesidad de una sociedad más igualitaria y la transformación de nuestra economía hoy basada en materias primas en una basada en conocimiento.
Lo tercero, la autoridad debiera emitir señales claras respecto de tres asuntos que hoy están descomponiendo a las comunidades en el sistema de educación superior: el lucro, que la ley hoy prohíbe; la participación de los estamentos estudiantil y administrativo en las universidades, prohibida desde los años 80, y el financiamiento al sistema en general y a las universidades estatales en particular.
No enfrentar estos temas en el año de la educación superior, declarado como tal por el propio Presidente Piñera, sería un grave error. De esta misma forma se lo planteé al Ministro en la última sesión con el Consejo de Rectores el lunes 30 de mayo.
Lo cuarto, ir a propuestas concretas, que den luces en corto, mediano y largo plazo, para entender la bajada de título de estos asuntos. Éste es un aspecto que debe construirse entre todos, con generosidad y mirando siempre el interés nacional. En este sentido, las mesas de trabajo instaladas por el Ministerio y su aceptación por parte de la Confech, son un paso en la dirección correcta, pero será necesaria aún más especificidad para alcanzar acuerdos.
Para tener un Chile que sea más CHILE para todos, fortalecer la confianza entre los actores para el trabajo colaborativo en pos de una reforma de la educación superior inclusiva, transparente y de alta calidad es esencial.